Todo ciclista que se precie tiene sus puertos predilectos, aquellos que por frecuentarlos, por su dureza o por sus experiencias en ellos, siempre tendrán un lugar especial en su lista de subidas.
Seguramente, para Laro está grabado en letras mayúsculas el Alto de Ubiarco, cuyo paso precedió a un éxito más que relevante en la carrera del joven ciclista protagonista de la novela, quizás no por importancia, pero sí por lo que ese tipo de situaciones hacen madurar a las personas.
El puerto se inicia a pocos metros de la Playa de Santa Justa, donde su ermita y las ruinas de San Telmo son testigos del paso del tiempo en uno de los lugares más singulares de la costa cantábrica.
A lo largo de la subida se superan rampas más que considerables, pero el paso por el mirador permite contemplar el inmenso "Mar de Santillana", lo que compensa el posible sufrimiento. Y ya desde el alto solo queda dejarse caer para llegar a Santillana, aunque Laro no pudo dejar de dar pedales en aquel Trofeo Santa Juliana que seguro le quedó en el recuerdo.
Qué bonita es Cantabria y qué bonito el ciclismo, por eso quizás están gustando tanto las páginas de esta novela con tantas dosis de realidad.
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